Nosotras las personas somos nómadas por naturaleza, siempre hemos ido buscando un sitio donde poder permanecer con nuestras familias y poder subsistir a todas las penurias que ya de por si nos da la vida.
Nos parece raro cuando personas de otros países se vienen al nuestro para intentar tener una vida mejor, conseguir un trabajo y poder alimentar a su gente. Está claro que en sus países de origen no lo consiguen y hacen lo que haríamos todos en su lugar, buscar algo mejor.
España ha sido un país de emigrantes cuando el hambre formaba parte de nuestro destino, y ahora nos ha tocado acoger a estas personas.
Soy voluntaria de La Cruz Roja y un día me llamaron para ver si quería dar clases de español a personas inmigrantes. Les contesté que yo no soy profesora, ni pretendo serlo, pero necesitaban personas que les enseñase el español de a pie, es decir el poder ir a comprar una barra de pan, ir al médico, ir a pedir trabajo, ellos no necesitaban saber conjugar un verbo o saber si una palabra es adjetivo o pronombre.
Total que me sorprendí a mi misma diciendo que si, que lo haría. Y cuál fue mi sorpresa que el primer día que empiezo me encuentro en una clase yo sola con gente de diferentes países: senegaleses, marroquíes, ucranianos y una serie de personas sentadas esperando que yo les contase algo.
Nunca me había visto en otra igual, no sabía qué hacer, estaba bloqueada y pensando que hacía yo metida allí, tragué saliva, me presente y empecé a descubrir a personas que tenían aun más miedo que yo a estar allí.
¿Cómo podía hacer para que me entendieran diferentes culturas con diferentes idiomas? Mi sorpresa fue que se ayudaban entre ellos y a mí misma, saqué mi francés del baúl de los recuerdos y me hacía entender algo por los marroquíes, ellos lo traducían al inglés para los demás y acabábamos hablando español todos. Era un laberinto tremendo, pero poco a poco me hice entender para sorpresa mía.
Transcurrieron los días y aquellas clases se convirtieron en algo placentero, eran ellos los que me daban tanto sin pedir nada, que el miedo desapareció. Esas personas eran tan agradecidas que salía de las clases con el corazón que no me entraba dentro de mí, con esa sensación de bienestar, de alegría de haber podido ayudar a que sus vidas fuesen un poquito más fáciles.
Aprendían rapidísimo, la necesidad de saber cosas hacía la clase muy amena y divertida, me ayudaba de dibujos, de expresiones, cualquier cosa era válida para conseguir mi objetivo.
Nunca podré olvidar las expresiones de sus caras cuando llegaban a comprender lo que quería enseñarles, es algo que grabé en mi mente para siempre.
Solo puedo sentir agradecimiento a todas estas personas que durante dos años me dieron tanto, sin pedir nada. Todos estamos en este mundo de paso ¿Por qué no intentar hacer más fácil la vida a los que en algún momento necesitan de nosotros? Nunca sabemos si un día el que vas a necesitar de ellos eres tú.